Es probable que llevéis meses, incluso unos pocos años, escuchando hablar de los biosensores. Sí, lo sabemos, suena a algo del futuro. Eso sí, lo que igual no sabéis es que ya llevan tiempo entre nosotros, o que son uno de los elementos médicos que más están evolucionando en los últimos tiempos. ¿Nos equivocamos? Los biosensores electroquímicos están demostrando ser la solución a muchos problemas que llevábamos tiempo buscando. A lo largo del texto podréis comprobar que ya os hemos hablado de ellos en alguna que otra ocasión, pero ante el auge que están teniendo últimamente… ¡hemos decidido que iba siendo hora de profundizar un poco en ellos! ¿Nos acompañáis a descubrir qué son los biosensores, cómo funcionan y para qué se utilizan?

¿Qué son los biosensores?

Los biosensores, o sensores biológicos, son medidores que, gracias a procesos fisicoquímicos, nos ayudan a controlar ciertos parámetros biológicos. Suelen combinar un elemento biológico con otro físico químico, aunque no siempre es así. De hecho, el caso del sujetador EVA para detectar el cáncer de mama es una buena excepción a la regla. Tal y como os contamos hace un tiempo, este elemento incorpora alrededor de 200 biosensores capaces de detectar cualquier cambio en la textura o la temperatura de los pechos. Así, llevándolo puesto alrededor de hora y media a la semana, su sistema es capaz de decirnos si estamos sufriendo algún tipo de problema tumoral, aún en sus fases más temprana. Pero entender el concepto de biosensor resulta aún más sencillo si cabe. Todos sabemos que los mineros utilizaban canarios para detectar fugas de gas. Si el animalito fallecía, es que había una fuga que no había sido detectada por el ser humano y había que salir pitando de allí. Cierto, ahí no había tecnología ninguna, pero no deja de ser un elemento vivo que avisaba de un peligro inminente. Eso es precisamente lo que hace un biosensor, solo que la sabiduría de nuestra especie ha conseguido refinarlos un poquito más. A día de hoy, el uso de biosensores está más que extendido en la lucha contra ciertos males de los que veremos unos cuantos ejemplos un poco más adelante. Eso sí, como todo avance tecnológico, lo que nos espera con ellos a medio plazo pinta realmente genial. Gracias a la implementación de los sensores capacitivos, llevar biosensores 24 horas al día, 7 días a la semana, ha dejado de parecernos una barbaridad. Ahora controlar nuestra salud al milímetro no solo es posible, ¡además resulta hasta atractivo!

Los componentes de un biosensor

Ahora que sabemos qué son los biosensores, ¿qué os parece si descubrimos de qué están compuestos y cómo funcionan sus distintas partes? En DoctorGo nos encanta poder acercaros este tipo de tecnologías. ¿Por qué? Porque lo más probable es que tengamos que terminar utilizándolas en algún momento... ¡Y siempre es mejor saber por qué, y cómo lo hacen, que hacerlo porque nos lo digan y ya! Así pues, los biosensores, al menos los actuales, suelen dividirse en tres partes muy diferenciadas. Cada una, por supuesto, cumple una función muy diferente, ¿os gustaría saber cuáles?

  • Sensor biológico: Puede ser natural o de naturaleza sintética, o lo que es lo mismo, fabricado por el hombre en un laboratorio. Nos referimos a cualquier tipo de sustancia viva que sea capaz de reaccionar contra un mal concreto. De ahí que un mismo sensor biológico no sea válido en cualquier tipo de biosensor, su uso depende de la amenaza contra la que se busca luchar. Un sensor biológico puede ser un cultivo de microorganismos, o un puñado de enzimas. Este último caso es el que se utiliza en el caso de los tan extendidos biosensores de glucosa para determinar los niveles de azúcar en sangre de un individuo.
  • Detector: El detector de un biosensor es lo que nos dice el resultado del análisis que el dispositivo ha llevado a cabo. Puede ser visual, térmico o implicar cualquier otro tipo de elemento, pero lo importante es que nos dice con exactitud justamente lo que queremos saber.
  • Transductor: Es el elemento de los biosensores que relaciona los dos anteriores. Por decirlo de la manera más sencilla posible, coge la información del sensor biológico y posibilita que el detector pueda ofrecernos un resultado acertado.

Usos clínicos de los biosensores

A lo largo del post de hoy ya hemos mencionado los biosensores de glucosa, claves para pacientes con problemas de azúcar en sangre, y el ejemplo del sujetador EVA, una herramienta más en la lucha contra el cáncer de mama. Eso sí, si hay un avance en el mundo de los biosensores que lo está cambiando todo son los biosensores electroquímicos. Esta tecnología está permitiendo no solo que los pacientes puedan autocontrolarse. Además, también está haciendo que hospitales sin el instrumental necesario para ciertas acciones puedan valerse por sí mismos para atender a la gente con la mejor de las garantías. Eso sí, si hay unos sensores que están evolucionando a pasos agigantados últimamente son los que se están utilizándose para detectar el SARS-Cov-2. La escasez de pruebas PCR y la imposibilidad de hacérselas a todos los asintomáticos, unido al tiempo que lleva analizarlas, ha hecho que surjan múltiples alternativas en forma de biosensores. En Barcelona, por ejemplo, se estaba desarrollando uno que pudiese confirmar un positivo en Covid-19 en cuestión de minutos sirviéndose únicamente de una muestra de saliva. Sin duda alguna, todo lo que nos ayude a luchar contra una amenaza como esta, bienvenido será, y si además llega en forma de biosensores… ¡mejor que mejor! Por cierto, no creáis que la carrera de los biosensores se termina cuando se obtiene un resultado positivo. A pesar del éxito de los biosensores de glucosa, las investigaciones han seguido adelante hasta dar, por ejemplo, con Dermal Abbys, un avance que os comentamos hace un tiempo. ¿Que qué es? Pues un tatuaje que cambia de color en función del volumen de azúcar en sangre que tengamos en cada momento. Los biosensores son esenciales para nuestra salud, ¡y eso que solo acabamos de aprender a empezar a sacarles partido!